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PODER DE DIOS

SACRAMENTOS
 

Introducción:

Los siete sacramentos comentados por el Papa Francisco en sus catequesis de los miércoles.
Pero antes…
¿Qué son esas catequesis?
Por Alejandro Reza Heredia
 
Pues verá usted. El Papa Francisco asiste durante la semana a muchas audiencias de gente que lo va a visitar. Unas son personales, otras oficiales; o como la de los miércoles, abierta a todos los que quieran ir y oírlo. Son en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, y desde muy temprano se llena, sobre todo de familias.
Se ve que Francisco (como quiere que le digan) las aprecio mucho. E igual que su predecesor Benedicto, las aprovecha para catequizar a los miles de cristianos que con gran gusto –se ve- van a oírlo.
Catequizar. Sí. Eso es lo que está haciendo; enseñar el catecismo a gente grande. Porque ya ve usted que los católicos sabemos muy bien lo de nuestra carrera o trabajo: medicina, electrónica…
Pero cuando el niño nos pregunta algo sobre religión…
-Oye, papá, de veras existen el diablo y el infierno?
-¡Ups! Pregúntale a tu mamá. O mejor, de una vez, a tu tía.
Ella sí sabe de esas cosas:
Pues Francisco, que también sabe de estas cosas… y mucho, ha estado aprovechando sus audiencias para exponer temas de bastante interés para un cristiano, pero en forma sencilla, como es él. Y así fue que los siete sacramentos, que hemos querido reproducir para usted, amable lector, amable lectora.
Francisco hizo con cada uno de ellos lo que a veces hacemos en casa con las modestas joyas de familia. Checamos en qué estado se encuentran, las limpiamos y las volvemos a disfrutar: -¡Mira las arras de boda, lo bonitas que son! ¿Creerás que no nos las han robado? ¡Y el reloj de tu papá! Es de cuando todavía se les daba cuerda. ¡Ay!, y mira las mancuernillas. Ya ni se usan, pero qué elegantes se veían…
Y así, nuestras pequeñas riquezas familiares volvemos a apreciarlas y valorarlas, que hasta se hacen acreedoras a una buena rejuvenecida con algún abrillantador del súper.
Pues eso mismo estuvo haciendo, como quien dice, nuestro Papa, con los siete sacramentos, los tesoros de la Iglesia. A cada uno le fue devolviendo su valor, ante nuestros ojos mal acostumbrados a verlos. Y es que tal vez, sólo los vemos como ceremonias eclesiásticas: uno se casa según un determinado rito para hacerlo. Luego uno va a bautizar a sus hijos, según lo que le dicen que hay que hacer. Si se comulga, uno debe confesarse… pero no profundizamos en que, por encima de todo, los sacramentos son un encuentro con Jesús de Nazaret; tan real y tan auténtico como los encuentros que le cambiaron la vida a sus discípulos. Cada uno de aquellos hombres y mujeres que lo escuchaban, no tardaban en decir lo que aquel escriba que al oírlo se convirtió a él: “Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas”.
 
Jesús que viene
Cuando el Hijo de Dios quiso habitar entre nosotros –o mejor “armar su tienda entre nosotros”, como dice san Juan en su evangelio- vino en plan de buscarnos. Más aún, de que nos encontráramos con él, movido por el amor de padre que le tiene a cada uno de sus hijos. Y este encuentro, quiso que nos resultara muy fácil, a través de los sacramentos.
Así, en el Bautismo, Jesús sale a nuestro encuentro para abrirnos las puertas de su Iglesia. En la Confirmación se nos hace presente, igual que lo hizo con sus Apóstoles en el Cenáculo, y nos dice como a ellos: “Reciban el Espíritu Santo”. En la Eucaristía no es sino el propio Cristo, que viene a nuestro encuentro para alimentarnos de él. Y en la Reconciliación él se pone frente a nosotros y nos abraza con cariño, porque nos ha perdonado.
Por eso, qué distinto verlo así, que sólo decir: “Hoy toca ir a Misa”. E igual en los demás sacramentos: No son únicamente “ceremonias”; eso es lo de fuera, lo exterior, lo que se ve. Lo que no se ve más que con los ojos de la fe, eso es lo importante, la presencia de Jesús, trayéndonos su ayuda para guiarnos por el buen camino.
 
El agua que brota…
Pues según todo esto, más que buscarles parecido a los sacramentos con las joyas que se revisan y luego se vuelven a guardar, habría que compararlas como lo hace Jesucristo, con una frente, un “manantial capaz de dar la vida eterna”.
Él, platicando con aquella mujer samaritana, de la que nos habla san Juan, en el capítulo 4 de su evangelio, le dijo refiriéndose a la gracia, que “se convertirá”… en un manantial”.
“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Y más adelante añadió: “Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
Y ella, aunque de seguro no entendió bien a lo que se estaba refiriendo Jesús, de todos modos, siguiendo su consejo, le pidió “Señor, dame de esa agua”. Y aquella mujer, junto con los samaritanos, que por medio de ella conocieron a Jesús, según lo narra el evangelio de Juan, sin duda que habrán estado entre los primeros que –ya subido el Señor a su Reino de los cielos- pidieron a los Apóstoles el bautismo, con el agua que brota hasta la vida eterna.
Él, muchas veces habló de sí mismo como de agua viva que brota en una corriente de salvación, en la que el cristiano –como explica san Pablo- se sumerge al recibir el agua bautismal. ¡Se sumerge en Cristo!
Al instituir los sacramentos, Jesús hizo realidad las profecías que los Salmos anunciaban, hablando de fuentes por las que el Señor se nos daría a sí mismo a raudales (Le sugerimos por ejemplo, el Salmo 36 o Isaías capítulo 12)
Así, cuando hemos pecado, acudimos a beber de la fuente del perdón divino. Cuando tenemos necesidad de Dios –que es siempre- nos acercamos a la fuente de la gracia eucarística, Jesús mismo. Y la que siempre está fluyendo para los esposos, la gracia matrimonial. En ella se bebe paciencia que, ¡cómo la necesitan las parejas! Se bebe humildad, ¡con la falta que hace! El amor verdadero, no el de intercambio (Te doy, pero si… Con tal de que…). Y mil otras ayudas más, que están a nuestra disposición. A lo mejor yendo al sagrario para recibirlas. Y así en los demás sacramentos.
Pero ya echamos mucho rollo y hay que dejarle a Francisco que él nos lo explique. Hasta puede usted hacer de cuenta que está escuchándolo a gusto en la Plaza de San Pedro. Con la ventaja de que él lo dice en italiano, y nosotros en español.

 

1
SACRAMENTO DEL BAUTISMO

 


Su catequesis sobre el primero de los sacramentos la inició Francisco –como acostumbra- con un sencillo “Buenos días, queridos hermanos y hermanas”. Y como dispone de poco tiempo, de inmediato inició su explicación:
 
¿UN SIMPLE RITO?
“El Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma. El que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia.
“Puede surgir en nosotros una pregunta: ¿es verdaderamente necesario el Bautismo, para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un acto formal de la Iglesia para dar nombre al niño o la niña?
“Es una pregunta que puede surgir, y a este punto es iluminador lo que escribe el apóstol Pablo:
‘¿No saben ustedes que todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a él en su  muerte? En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva’ (Romanos 6, 3-4).
 
“Por lo tanto, no es una formalidad, es un acto que toca en profundidad nuestra existencia.
“No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada, un niño o un adulto. Nosotros, con el Bautismo estamos inmersos en esa fuente inagotable de vida, que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia. Y gracias a ese amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en comunión con Dios y con los hermanos.
 
ES IMPORTANTE SABERLO
 
“Muchos de nosotros no tenemos el mínimo recuerdo de la celebración de este sacramento; y es obvio, si fuimos bautizados poco después del nacimiento.
“Pero he hecho esta pregunta dos o tres veces, aquí en la Plaza: ‘El que de ustedes sepa la fecha de su propio Bautismo, que levante la mano’. Es importante saber el día en que fui inmerso en esta corriente de salvación de Jesús.
“Me permito darles un consejo, pero más que un consejo, una tarea para el día de hoy: Hoy en casa, busquen, pregunten la fecha de su bautismo, y así sabrán bien cuándo fue ese día tan hermoso. Conocer la fecha de nuestro bautismo, es conocer una fecha feliz. El riesgo de ignorarla es perder el recuerdo de lo que el Señor ha hecho con nosotros; la memoria de lo que hemos recibido y que acabemos por considerarlo sólo como un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado –y ni siquiera por voluntad nuestra, sino de nuestros padres- por lo cual ya no tiene ninguna incidencia en el presente.
“Debemos despertar la memoria de nuestro Bautismo. Estamos llamados a vivirlo como una realidad actual de nuestra existencia.
“Si hemos logrado seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestros límites, con nuestras fragilidades y pecados, es precisamente porque hemos sido convertidos en nuevas creaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Por el Bautismo hemos sido liberados del pecado original y hemos sido injertados a través de Jesucristo, con Dios Padre.
 
PORTADORES DE UNA ESPERANZA
 
“Así, somos portadores de una esperanza nueva que nos da nuestro Bautismo: la esperanza de ir por el camino de la salvación toda la vida. Una esperanza que nada ni nadie puede apagar, porque la esperanza en el Señor no decepciona.
“Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y amar, incluso a quien nos ofende y nos causa el mal. El Bautismo nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, incluso en el de nuestros prójimos, el rostro de Jesús. Ésta es la fuerza del Bautismo.
“Pidamos entonces, de corazón al Señor, poder experimentar cada vez más en la vida diaria, esta gracia que hemos recibido en el Bautismo: que al encontrarnos, nuestros hermanos puedan hallar en nosotros auténticos hijos de Dios; auténticos hermanos o hermanas de Jesucristo. Auténticos miembros de la Iglesia”. Y no olviden la tarea de hoy”.
Francisco, por el poco tiempo con que cuenta en sus catequesis, tiene que dejar muchos puntos de interés sin tocarlos; como seria, por ejemplo, aclarar en qué momento Cristo instituyó los sacramentos.
En realidad, sólo de tres, del Bautismo, la Eucaristía y la Reconciliación o Confesión, nos dice el Evangelio cuándo y cómo lo hizo. De los demás, es por la tradición católica por la que sabemos que proceden de él. Y si usted nos sigue favoreciendo con su atención (gracias), le compartiremos el dato de cuándo instituyó Jesús el Bautismo, antes de continuar con el comentario de Francisco sobre este sacramento.
El Bautismo Jesús lo instituyó al recibirlo él mismo de manos de san Juan Bautista, el primero entre todos nosotros, como jefe y cabeza de la Iglesia que él estaba iniciando.
En ese momento se hizo presente la Santísima Trinidad: El Espíritu Santo, tomando el aspecto de una paloma se posó sobre el Verbo de Dios y se oyó la voz del Padre que decía:
“Éste es mi Hijo amado”. Y de igual manera en el bautizo de cada uno de los que después de él recibimos el agua bautismal, los cielos se han abierto también sobre nosotros y se ha oído la voz del Padre, aunque sólo sea en los corazones (El que tenga oídos para oír, que oiga, como dijo Jesús) y ha dicho: “Éste es mi hijo muy amado. Ésta es mi hija muy amada”. Y allí Jesús mismo nos recibió en su Iglesia como hermanos y hermanas suyos, hijos también del Eterno Padre.
Tiempo después de su Bautismo, Jesús, ayudado por sus discípulos, empezó a bautizar a quienes se lo pedían. Y antes de regresar al Padre, el día de la Ascensión, el último encargo que les hizo a sus seguidores fue: “Vayan y bauticen al mundo entero”.
 
IGLESIA “CATÓLICA”
 
Cristo nos hizo saber allí, justo en sus últimos momentos entre nosotros, el gran deseo que tenía de que ningún hombre, ni mujer se quedara fuera de su plan de salvación y éste es el sentido de llamar a la Iglesia “católica”, palabra que significa “para todo el mundo”; porque las ayudas para nuestra salvación personal, que él puso en manos de su Iglesia, son para usted y para mí y para todo ser humano.
El Bautismo, pues, como veremos que lo explica el Papa, nos da un don que nunca alcanzamos a valorar. ¡nos hace hijos de la Iglesia que él vino a fundar! Y en el silencio de la oración, como aconseja Francisco, hay que hacer nuestras las palabras del Padre Eterno: “Tú eres mi hijo, mi hijo muy amado”.
En la siguiente audiencia general, el Papa volvió a tomar el Bautismo como tema. Se ve que es gran fan de este sacramento, más que lo era de su equipo de fútbol (El Club Deportivo San Lorenzo de Almagro).
 
“Queridos hermanos y hermanas.
 
“Quisiera destacar hoy un fruto muy importante del Bautismo: que nos convierte en miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios (que es la Iglesia), un pueblo que peregrina a lo largo de la historia del mundo.
 
“En efecto, así como de generación en generación se transmite la vida, así también de generación en generación se transmite la gracia, a través de volver a nacer en la fuente bautismal.
 
“Desde el momento en que Jesús les dio el encargo, los discípulos fueron a bautizar. Y desde entonces hasta hoy existe una cadena en la transmisión de la fe mediante el Bautismo, y cada uno de nosotros es un eslabón de ella. Así es la fe que debemos transmitir a nuestros hijos, para que ellos cuando sean adultos puedan transmitirla a los de ellos. El Bautismo nos hace entrar en este pueblo de Dios que transmite la fe. Esto es muy importante. Un pueblo de Dios que camina y transmite la fe.
 
“En virtud del Bautismo nos convertimos en discípulos y misioneros: En discípulos porque recibimos la fe, y misioneros porque la transmitimos. Discípulos lo somos para siempre, para toda la vida; y cada uno en el sitio que el Señor le tenga asignado, y somos misioneros. Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su grado de ilustración, es un evangelizador (empezando por su familia, por sus hijos).
 
COMPARTIR
 
“Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, pueblo de Dios. Y en esta comunidad experimentamos la belleza de compartir un amor, el amor de Dios que nos pide que seamos, los unos para los otros, canales de gracia, a pesar de nuestros límites y nuestros pecados.
 
“El que seamos comunidad es parte integrante de la vida cristiana; del testimonio que debemos dar y de la evangelización que nos toca. Por eso en el Bautismo la familia y la parroquia celebran la incorporación de cada nuevo miembro de Cristo y de su Iglesia, que es su cuerpo”.
 
“Y por eso mismo, de que cada cristiano es recibido en la Iglesia al bautizarse, el Papa responde negativamente a la pregunta de si uno mismo se puede bautizar.
 
“Podemos pedirlo, desearlo; pero siempre necesitamos de alguien que nos confiera, en nombre del Señor, este sacramento. Es un don que viene en un plan de solicitar y compartir, en una cadena que empezó con los apóstoles, en la que uno bautiza al otro y este al otro. Por eso no me puedo bautizar a mí mismo. Allí podemos reconocer la línea más genuina de la Iglesia, la cual, como madre, sigue generando nuevos hijos, en la fecundidad del Espíritu Santo.
 
UN EJEMPLO INSPIRADOR
 
“A propósito de la importancia del Bautismo para el pueblo de Dios, es un gran ejemplo la historia de la comunidad cristiana en Japón.
 
“Ésta sufrió una dura persecución a inicios del siglo XVII. Hubo numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y miles de fieles fueron asesinados. No quedó ningún sacerdote en Japón, todos fueron expulsados. Entonces la comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un niño, el papé o la mamá lo bautizaban, porque todos los fieles pueden bautizar en circunstancias especiales.
 
“Cuando, después de casi dos siglos y medio, 250 años más tarde, los misioneros regresaron a Japón, miles de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo florecer. Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo.
 
“Esto es grande: el pueblo de Dios transmite la fe, bautiza a sus hijos y sigue adelante. Y conservaron, incluso en el secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había convertido en un solo cuerpo en Cristo: estaban aislados y ocultos, pero eran siempre miembros del Pueblo de Dios, miembros de la Iglesia. Mucho podemos aprender de esta historia”.

 

 

2
SACRAMENTO
DE LA
CONFIRMACIÓN

 


 
Para su comentario sobre este sacramento, el Papa Francisco nos vuelve a los primeros tiempos del cristianismo, cuando aquellos paganos de buena voluntad escuchaban a los discípulos de Jesús hablar de él con tanto convencimiento, que se sentían atraídos a seguirlo también ellos, y pedían ser admitidos en aquel grupo de seguidores del Resucitado, la primitiva Iglesia, que tuvo que crecer y desarrollarse bajo las catacumbas.
El Papa se refiere a que los apóstoles o su representante oraban para que el Espíritu Santo descendiera sobre los nuevos bautizados y ya entonces los admitían a la Cena del Señor.
 
“Hay que notar que en estos primeros tiempos del cristianismo, se trataba de adultos y familias enteras, que habían pasado por un periodo –en general largo- de preparación. Pero hoy los tiempos son distintos, y somos los padres, ya cristianos, los que pedimos que nuestros hijos sean recibidos también en la Iglesia de Cristo; y esperamos un tiempo antes de la Confirmación, para que ellos puedan instruirse en su fe cristiana y reciban el gran don de la venida del Espíritu Santo sobre ellos.
 
“La Confirmación se entiende en continuidad con el Bautismo, al cual está vinculado de modo inseparable. Por estos dos sacramentos, junto con la Eucaristía, nos convertimos en nuevas creaturas y miembros de la Iglesia. He aquí por qué en los orígenes estos tres sacramentos se celebraban en un único momento, al término del camino catecumenal, normalmente en la Vigilia Pascual. Así se sellaba el itinerario de formación y de inserción gradual en la comunidad cristiana que podía durar incluso algunos años. Se hacía paso a paso para llegar al Bautismo, luego a la Confirmación e ir a la Eucaristía.
 
“También se le llama a este sacramento ‘santo Crisma’ por el óleo con el que somos conformados, con el poder del Espíritu, a Jesucristo (con el sentido de ‘tomar la forma de él’) quien es el único ungido el Mesías.
 
“Recordemos que los israelitas del Antiguo Testamento, esperaban al descendiente de David que estaría ungido, ya no por ningún profeta, sino por el mismo Dios, como su Hijo.
 
“El término ‘Confirmación’ nos recuerda que este sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; conduce a su realización nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz.
 
“Por eso hay que estar atentos para que nuestros niños y nuestros adolescentes reciban este sacramento. Todos nosotros estamos atentos a que sean bautizados. Y esto es bueno, pero tal vez no estamos muy atentos a que reciban la Confirmación. Sin ella quedarían a la mitad del camino y no recibirían al Espíritu Santo, que es tan importante en la vida cristiana, porque nos dará fuerza para seguir adelante.
 
“Pensemos un poco: ¿Tenemos de verdad la preocupación de que nuestros niños, nuestros jóvenes, reciban la Confirmación? Esto es importante. Y si ustedes en su casa tienen niños, muchachos que aún no la han recibido y tienen edad para recibirla, hagan todo lo posible para que lleven a término su Iniciación cristiana y reciban la fuerza del Espíritu Santo. ¡Importante!
 
“Y desde luego hay que ofrecer a los confirmados una buena preparación, que debe estar orientada a conducirlos hacia una adhesión personal a la fe en Cristo y al despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia.
 
“La Confirmación, como cada sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios, quien se ocupa de nuestra vida para modelarnos a la imagen de su Hijo, para hacernos capaces de amar como él. Esto lo hace infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda la vida. Como se transluce de los siete dones que la tradición, a la luz de la Sagrada Escritura, siempre ha evidenciado”.
 
LA DELICADEZA DE FRANCISCO
 
Queremos resaltar en los renglones que siguen, la delicadeza del Papa, que evita hacer lo que a veces se da en otras catequesis similares, en las que puede suceder que a los asistentes se les haga pasar un mal rato con preguntas o interrogatorios.
Quién sabe cuántos de los creyentes se sabrían de memoria los dones del Espíritu Santo; pero Francisco da por hecho que los recuerdan:
 
“Estos siete dones no quiero preguntarles si los recuerdan. Tal vez todos lo saben. Pero los digo en su nombre. ¿Cuáles son estos dones? Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Y estos dones nos han sido dados precisamente con el Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. A estos dones quiero dedicar las catequesis que seguirán luego de los sacramentos.
 
CRISTO MISMO
 
“Cuando acogemos al Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos obrar, Cristo mismo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida. Y, a través de nosotros, será él, Cristo mismo, quien reza, perdona, infunde esperanza y consuelo, sirve a los hermanos, se hace cercano a los necesitados y a los últimos, crea comunión, siembra paz. Piensen cuán importante es esto: por medio del Espíritu Santo, Cristo mismo viene a hacer todo esto entre nosotros y por nosotros. Por ello es importante que los niños y las niñas, los muchachos y las muchachas, reciban el sacramento de la Confirmación.
 
 
“Queridos hermanos y hermanas, recordemos que hemos recibido la Confirmación. ¡Todos nosotros! Recordémoslo ante todo dar gracias al Señor por este don y luego, para pedirle que nos ayude a vivir como cristianos auténticos, a caminar siempre con alegría conforme al Espíritu Santo que se nos ha dado”.

 

 

3
SACRAMENTO
DE LA
EUCARISTÍA

 

 

 
En el sacramento del Cuerpo de Cristo sí que Francisco se da vuelo, utilizando dos audiencias: De la “abundancia de su corazón”, salen las palabras a raudales. Y lo mejor que podemos hacer es dejarlo hablar de corrido. Sólo al final, nos animamos a añadir algún comentario.
 
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 
“Hoy les hablaré de la Eucaristía, camino de fe, de comunión y de testimonio.
 
“Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la Misa, nos hace ya intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un mantel, y esto nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: él es el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el que se proclama la Palabra de Dios: y esto indica que allí se reúnen para escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras, y por lo tanto, el alimento que se recibe es también su Palabra.
 
“Palabra y pan en la Misa se convierten en una sola cosa, como en la Última Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que realizó, se condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipo del sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: ‘Tomen, coman, éste es mi cuerpo… Tomen, beban, ésta es mi sangre’”.
 
“El gesto de Jesús realizado en la Última Cena es la gran acción de gracias al Padre por su amor, por su misericordia. ‘Acción de gracias’ en griego se dice ‘eucaristía’. Y por ello el sacramento se llama Eucaristía: es la suprema acción de gracias al Padre, que nos ha amado tanto que nos dio a su Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo ese gesto, que es gesto de Dios y del hombre juntamente, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
 
MUCHO MÁS
 
“Por lo tanto, la celebración eucarística es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. ‘Memorial’ no significa sólo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de la salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con él y con los hermanos.
 
“Es por ello que comúnmente, cuando nos acercamos a este sacramento, decimos ‘recibir la comunión’, ‘comulgar’: esto significa que el poder del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar, ya ahora, la plena comunión con el Padre, que caracterizará el banquete celestial, donde con todos los santos tendremos la alegría de contemplar a Dios cara a cara.
 
“Queridos amigos, no agradecemos nunca bastante al Señor por el don que nos ha hecho con la Eucaristía. Es un don tan grande y, por ello, es tan importante ir a Misa el domingo. Ir a Misa no sólo para rezar, sino para recibir la Comunión, este pan que es el cuerpo de Jesucristo que nos salva, nos perdona, nos une al Padre. ¡Este hermoso hacer esto! y todos los domingos vamos a Misa, porque es precisamente el día de la resurrección del Señor. Por ello el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía sentimos precisamente esta pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo.
 
“No acabaremos nunca de entender todo su valor y riqueza. Pidámosle, entonces, que este sacramento siga manteniendo viva su presencia en la Iglesia y que les dé forma a nuestras comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre.
 
“Y esto se hace durante toda la vida, pero se comienza a hacerlo el día de la Primera Comunión. Es importante que los niños se preparen bien para la Primera Comunión y que cada niño la reciba, porque es el primer paso de esta pertenencia fuerte a Jesucristo, después del Bautismo y la Confirmación.
Y un pequeño añadido nuestro:
 
MISTERIO Y MEMORIAL
 
El Papa utiliza en esta catequesis varias veces la palabra misterio, y nos ayudará para aclarar a qué se está refiriendo; que nada tiene que ver con el tema de una “novela de misterio” en la que hasta el final sabemos que el mayordomo fue el asesino. Tampoco con los “misterios del pasado”; que si las pirámides las construyeron o no los extraterrestres, etcétera; o peor con los “misterios de ultratumba”, etcétera.
 
“Misterio” es la palabra que tiene la Iglesia para expresar, en especial en la liturgia, esas verdades reveladas por Dios, que sobrepasan con mucho nuestra capacidad de entenderlas. Dios se comunica con nosotros en una forma “misteriosa” que sólo él sabe. Así, la iglesia nos habla de los Misterios de nuestra fe, como son la Encarnación, la Pasión, el Último Día, etcétera. Y aquí Francisco se refiere a la “Pascua de Jesús y al Misterio central de la salvación”.
 
También, en una forma más cotidiana hablamos de “los misterios del rosario” y se le llama el misterio al grupo de la Sagrada Familia en el presente de Navidad. En las posadas a la antigüita, se hace la procesión con “el misterio” pidiendo posada.
 
Otra palabra que nos ayudaría a conocerla mejor es “Memorial”. Jesucristo la usó: “Hagan esto en memoria mía”, y la Iglesia católica la utiliza diciendo: “Nos dejaste un memorial de tu Pasión”.
 
Es importante entender lo que Jesús quiso decirnos con esta palabra, para que no vayamos a malentenderla, pensando que al asistir a la Misa estamos sólo recordando lo que Cristo sufrió. Subrayamos “Sólo” porque nos será muy bueno recordar lo que él pasó por nosotros. Pero la Iglesia siempre ha entendido –porque así lo recibió de los Apóstoles- que “Memorial de la Pasión” significa su actualización aquí y hoy.
 
Por eso Francisco nos explica que “Memorial” no es sólo recordar a Cristo, sino que es nuestra participación en su Pasión y Resurrección.
 
Pero volvamos al Papa Francisco, que en la siguiente audiencia continuó con el mismo tema de la Eucaristía. Seguimos dejándolo hablar a él:
 
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 
“En la última catequesis destaqué cómo la Eucaristía nos introduce en la comunión real con Jesús y su misterio. Ahora podemos plantearnos algunas preguntas respecto a la relación entre la Eucaristía que celebramos y nuestra vida, como Iglesia y como cristianos. ¿Cómo vivimos la Eucaristía? Cuando vamos a Misa el domingo, ¿cómo la vivimos? ¿Es sólo un momento de fiesta, es una tradición consolidada, es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o es algo más.
 
 
CÓMO MIRAMOS A LOS DEMÁS
 
“Hay indicadores muy concretos para comprender cómo vivimos todo esto, cómo vivimos la Eucaristía; indicadores que nos dicen si vivimos bien la Eucaristía o no la vivimos bien. El primer indicio es nuestro modo de mirar y considerar a los demás.
 
“En la Eucaristía, Cristo vive siempre de nuevo el don de sí mismo realizado en la cruz. Toda su vida es un acto de total entrega de sí por amor. A él le gustaba estar con los discípulos y con las personas que tenía ocasión de conocer. Esto significaba para él compartir sus deseos, sus problemas, lo que agitaba su alma y su vida. Ahora, nosotros, cuando participamos en la santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños, pobres, acomodados; originarios del lugar y extranjeros; acompañados por familiares y solos… ¿Pero la Eucaristía que celebro me lleva a sentirlos a todos, verdaderamente como hermanos y hermanas? ¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con quien se alegra y de llorar con quien llora? ¿Me impulsa a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?
 
“Todos nosotros vamos a Misa porque amamos a Jesús y queremos compartir, en la Eucaristía, su pasión y su resurrección. ¿Pero amamos, como quiere Jesús, a aquellos hermanos y hermanas más necesitados? Por ejemplo, en Roma en estos días hemos visto muchos malestares sociales; o por la lluvia, que causó numerosos daños en barrios enteros, o por la falta de trabajo, consecuencia de la crisis económica en todo el mundo. Me pregunto, y cada uno de nosotros pregúntese: Yo, que voy a Misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo por ayudar, acercarme, rezar por quienes tienen ese problema? O bien, ¿soy un poco indiferente? ¿O tal vez me preocupo de murmurar: ‘¿Has visto cómo está vestida aquella, o cómo está vestido aquel’? A veces se hace esto después de la Misa, y no se debe hacer. Debemos preocuparnos de nuestros hermanos y de nuestras hermanas que pasan necesidad por una enfermedad, por un problema.
 
“Hoy nos hará bien pensar en estos hermanos y hermanas nuestros que tienen estos problemas aquí en Roma: problemas por la tragedia provocada por la lluvia y problemas sociales y del trabajo. Pidamos a Jesús, a quien recibimos en la Eucaristía, que nos ayude a ayudarlos.
 
SI NO SE SIENTE PECADOR…
 
“Un segundo indicio, muy importante, es la gracia de sentirse perdonados y dispuestos a perdonar. A veces alguien pregunta: “¿Por qué se debe ir a la iglesia, si quien participa habitualmente en la Misa es pecador como los demás?”. ¡Cuántas veces lo hemos escuchado! En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere aparentar ser mejor que los demás, sino porque precisamente se reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. Si cada uno de nosotros no se siente necesitado de la misericordia de Dios, no se siente pecador, es mejor que no vaya a Misa.
 
“Nosotros vamos a Misa porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Dios, participar en la redención de Jesús, en su perdón. El ‘yo confieso’ que decimos al inicio no es una fórmula, es un auténtico acto de penitencia. Yo soy pecador y lo confieso, así empieza la Misa. No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar ‘en la noche en la que iba a ser entregado’ (1 Cor 11, 23). En ese pan y en ese vino que ofrecemos y en torno a los cuales nos reunimos, se renueva cada vez el don del cuerpo y de la sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores, y el Señor nos reconcilia.
 
UN SUSTENTO PARA EL CORAZÓN
 
“Un último indicio precioso nos ofrece la relación entre la celebración eucarística y la vida de nuestras comunidades cristianas. Es necesario tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No. Es precisamente una acción de Cristo. Es Cristo quien actúa allí, que está en el altar. Es un don de Cristo, quien se hace presente y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos con su Palabra y su vida. Esto significa que la misión y la identidad misma de la Iglesia brotan de allí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma.
 
“Una celebración puede resultar incluso impecable desde el punto de vista exterior, bellísima, pero si no nos conduce al encuentro de Jesucristo, corre el riesgo de no traer ningún sustento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla con su gracia, de tal modo que en cada comunidad cristiana exista esta coherencia entre liturgia y vida.
 
“El corazón se llena de confianza y esperanza pensando en las palabras de Jesús, citadas en el Evangelio: ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’ (Jn 6, 54).
 
“Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe, de oración, de perdón, de penitencia, de alegría comunitaria, de atención hacia los necesitados y hacia las necesidades de tantos hermanos y hermanas, con la certeza de que el Señor cumplirá lo que nos ha prometido: la vida eterna. Que así sea”.
¡Sin comentarios!

 

 

4
SACRAMENTO
DE LA
PENITENCIA Y DE LA
RECONCILIACIÓN

 


 
Francisco saluda cordialmente a su auditorio y comienza su catequesis:
 
“Queridos hermanos y hermanas:
 
“La catequesis de hoy está centrada en el sacramento de la Reconciliación. Este sacramento brota directamente del Misterio Pascual. Jesús resucitado se apareció a sus apóstoles y les dijo: ‘reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados’. Así pues, el perdón de los pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino que es un regalo, un don del Espíritu Santo que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre.
 
“Este sacramento tiene hoy en día un nuevo rostro. El Concilio Vaticano II le devolvió su semblante de un reencuentro con el Señor; lo que estaba un poco olvidado por habernos fijado más en su aspecto de un tribunal por el que teníamos que ser juzgados, más que una amable invitación del Señor a recuperar nuestra amistad con él”.
 
Al Papa Francisco el Espíritu Santo le ha concedido –para el bien de la Iglesia- el don de entender y vivir la compasión, sobre todo en el sacramento del perdón. Y, a sus sacerdotes les insiste en que la Iglesia no es una aduana, en la que ellos estén para juzgar quién pasa adelante y quien no; sino que es la casa del Padre, a la que él quiere que regresen sus hijos desbalagados.
Francisco continúa:
 
“La Confesión, que se realiza de forma personal y privada, no debe hacernos olvidar su carácter eclesial. En la comunidad cristiana es donde se hace presente el Espíritu Santo, que renueva los corazones en el amor de Dios y une a todos los hermanos en un solo corazón, en Jesucristo. Por eso, no basta pedir perdón al Señor interiormente; es necesario confesar con humildad los propios pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano y representa a Dios y a la Iglesia.
 
“Pero no debe llamarnos la atención que la Confesión haya ido evolucionado juntamente con la comunidad cristiana, que es un cuerpo vivo (el Cuerpo Místico o Espiritual de Dios) porque en lo esencial, este sacramento sigue siendo lo mismo. Es decir: Que la Confesión tiene el poder concedido por Cristo, de perdonar los pecados como lo hacía él, pero a través de sus sacerdotes. En esto nada ha cambiado”:
 
Habría que evidenciar que en los primeros años de la Iglesia no se veía claro –como se ve ahora- cuándo y cómo se había de facilitar ese don divino. Al principio era efectivamente un juicio público que sólo se podía recibir en contadas ocasiones y además, con la imposición de muy severas penitencias. Pero poco a poco, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, entendió que de lo que se trataba era de recuperar las ovejas perdidas, de las que habló Jesucristo.
 
Hoy ya no se confiesan en público los pecados, sino en la privacidad de un confesionario y Dios es el único testigo de lo que confesamos. Ya no sólo en ocasiones muy especiales, como se llegó a suponer en aquellos tiempos, sino que la Iglesia nos encarga que la Cuaresma la aprovechemos para reconciliarnos con Dios: Ella que es madre, está abierta como el corazón de Cristo, para ayudarnos a enmendar nuestra vida. Es la gracia propia de este sacramento: ayudarnos a salir adelante en nuestro caminar hacia Dios, y por ello, ¡qué bueno acudir a la confesión frecuente! a la que el Papa nos invita con delicadeza:
 
“Nos puede hacer bien hoy a cada uno, pensar cuánto tiempo hace que no me confieso. Que cada uno responda, le puede hacer bien.”
 
Y nos anima a buscar la Confesión como un bien del que estamos perdiendo. Buscarlo como reconciliación y no sólo fijarnos en el riesgo de caer en el infierno. Aunque, por ejemplo, san Ignacio de Loyola decía que “si del amor a mi Señor me olvidare, al menos el temor al infierno me ayude a no caer en pecado”.
 
Francisco, pues, continúa:
 
“El misterio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido de Dios”.
 
Esto que el Papa menciona, que podemos estar perdiendo el sentido de lo que es el pecado, que en el fondo es perder el sentido de lo que es Dios, es importante como para rumiarlo en nuestro interior.
 
Tal vez deberíamos cuidarnos más de actitudes que de algún modo prescinden de Dios, cuando nos justificamos a nosotros mismos diciéndonos: “Así soy yo… así somos los seres humanos… Todo mundo lo hace”.
 
Y si esto lo decimos cuando hemos lastimado o herido o ignorado a nuestro hermano, nos estamos olvidando de lo que Cristo nos dice tan insistentemente en el Evangelio: “A mí me lo hiciste”.
 
Francisco habla muchas veces de cómo somos las manos, los pies, el corazón del Señor Jesús para con los que necesitan nuestra ayuda, y nos anima a que no nos sigamos de largo como los de la parábola del Buen Samaritano. Y a que nos examinemos para ver si nosotros procedemos también así.
 
En nuestra preparación para la Confesión debemos tener en cuenta todo esto que nos recuerda el Papa.
 
Francisco termina su catequesis con una frase alentadora:
 
“Cuando nos dejamos reconciliar por Jesús, encontramos una paz verdadera”.
 
Francisco nos habla de ese gran momento en que Jesús transmitió a sus apóstoles el perdonar ellos también. Y tal vez ellos se hayan acordado de las innumerables veces en las que él perdonó a quienes se le acercaban dolientes y arrepentidos.
 
Siempre perdonó. Es bueno aclarar la frase con la que les pasó el poder:
 
“A quienes les perdonen sus pecados les serán perdonados y a quienes se los retengan, les serán retenidos”.
 
Es que el Señor perdona a todos… menos a los que no quieren ser perdonados. A ellos consiguientemente, sus pecados les quedan sin perdonar.
 
Es lo que Cristo explicó como “el pecado contra el Espíritu Santo”. El pecado del que no quiere salvarse (¡Aunque usted no lo crea!).

 

 

5
SACRAMENTO
DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

 


 
El Papa Francisco, en otra nueva audiencia, ante un público cada vez más numeroso y con muchas ganas de escucharlo, pasó a tratar el tema de la Unción que se ha de dar a quienes han perdido la salud. Y como explicó, no es un sacramento sólo para moribundos, como se malinterpretaba antes, sino también –y principalmente- para pedir por la curación de un enfermo.
 
Éstas son sus palabras:
 
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 
“Hoy quisiera hablarles del sacramento de la Unción de los Enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se le llamaba Extremaunción, porque se entendía como un consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar, en cambio, de Unción de los Enfermos nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
 
“Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que trasluce en la Unción de los Enfermos: es la parábola del Buen Samaritano, en el evangelio de Lucas (10, 30-35). Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está gravemente enfermo, o es anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada año, en la Misa crismal del Jueves Santo, precisamente en vista de la Unción de los Enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y se expresa en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.
 
“Por último, se confía la persona que sufre a algún hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a los que tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin medida toda su misericordia y la salvación.
 
“Este mandato se recalca de manera explícita y precisa en la Carta de Santiago, donde se dice: ‘¿Hay alguno enfermo? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite, invocando al Señor. La oración hecha con fe le dará la salud al enfermo y el Señor hará que se levante; y si tiene pecados se le perdonarán’ (5, 14-15). Se trata, por lo tanto, de una práctica ya en uso en el tiempo de los Apóstoles. Jesús, en efecto, enseña a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por quienes sufren; y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando en su nombre y según su corazón, alivio y paz a través de la gracia especial de ese sacramento. Esto, sin embargo, no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Sino que es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo; y también al anciano, porque cada anciano, cada persona de más de 65 años, puede recibir este sacramento, mediante el cual es Jesús mismo quien se acerca a nosotros.
 
“Pero cuando hay un enfermo muchas veces se piensa: ‘¿llamamos al sacerdote para que venga? No, trae mala suerte, no hay que llamarlo, podría asustarse el enfermo’. ¿Por qué se piensa esto? Porque existe un poco la idea de que después del sacerdote, llega el servicio fúnebre. Y esto no es verdad. El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano; por ello es tan importante la visita de los sacerdotes a los enfermos. Es necesario llamar al sacerdote y decirle: ‘vaya, dele la Unción y bendígalo’. Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarlo; también para perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No hay que pensar que esto es un tabú, porque siempre es hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes están presentes durante la Unción de los Enfermos, representan en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo, nos reúne alrededor de quien sufre y de los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno.
 
“Pero el consuelo más grande deriva del hecho de que quien se hace presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada –ni siquiera el mal y la muerte- podrá jamás separarnos de él.
 
“¿Tenemos esta costumbre de llamar al sacerdote para que venga a nuestros enfermos –no digo enfermos de gripe, de tres o cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria- y también a nuestros ancianos, para que les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante?
¡Hagámoslo!”.
 
No podríamos añadir nada a los comentarios tan sentidos y auténticos del Papa, sobre “este sacramento con el que la comunidad cristiana, la Iglesia, acoge a los que sufren por la vejez o la enfermedad”.
 
Sólo queremos subrayar la forma en que Francisco va sacando del Evangelio las enseñanzas de Jesús de Nazaret, como lo hace con el pasaje del Buen Samaritano. Con esto nos hace reflexionar sobre la importancia para nuestra vida espiritual, de que tengamos en casa una Biblia y nos nutramos de ella.

 


6
SACRAMENTO
DEL ORDEN

 


 
Francisco, en la siguiente catequesis de los miércoles, habló sobre el sacramento que le dio continuidad a la presencia de Cristo en su Iglesia. Así es, porque si Jesús no hubiera ordenado sacerdotes a sus Apóstoles, no lo tendríamos ahora ni en la Eucaristía, ni tampoco en el perdón de los pecados, en la Confesión sacramental.
 
Los ordenó cuando en la Última Cena les dijo: “hagan esto en conmemoración mía”. Con estas palabras les estaba infundiendo el poder de convertir también ellos, el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre. Lo hizo así: “Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec”. Es Palabra de Dios, que se lee en la Carta a los hebreos, refiriéndose a aquel patriarca del Antiguo Testamento, del que se dice en la Biblia que sus sacrificios a Yahveh no eran de animales, sino de pan y vino; anunciando así el sacrificio eucarístico de Jesús, el “único Sacerdote”, pero que de su sacerdocio participan los que reciben las órdenes sagradas.
 
Esta catequesis, el Papa la dirige principalmente a los obispos, sus hermanos en el Episcopado –él lo es de la Diócesis de Roma- pero también se dirige al pueblo de Dios, pidiéndonos que oremos mucho por ellos; conscientes de la carga y la responsabilidad que pesa sobre ellos. Oigamos sus palabras:
 
           “Queridos hermanos y hermanas:
 
“Hemos tenido ya ocasión de destacar que los tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, constituyen juntos el misterio de la ‘Iniciación cristiana’, un único y gran acontecimiento de gracia, que nos genera en Cristo. Es esta la vocación fundamental que une a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. Hay luego dos sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas; se trata del Orden y del Matrimonio. Ellos constituyen dos grandes caminos a través de los cuales el cristiano puede hacer, en la propia vida, un don de amor, siguiendo el ejemplo y en el nombre de Cristo, y así cooperar en la edificación de la Iglesia.
 
LOS TRES GRADOS
 
“El Orden, constituido por los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, de apacentar su rebaño, con el poder de su Espíritu y según su corazón.
 
“Apacentar el rebaño de Jesús no con el poder de la fuerza humana o con el propio poder, sino por el poder del Espíritu y según su corazón; el corazón de Jesús que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo y el diácono deben apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hacen con amor no sirve. Y en este sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio, prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo en nombre de Dios y con amor.
 
SERVICIO A LA COMUNIDAD
 
“Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados, son puestos al frente de la comunidad. Están ‘al frente’ sí, pero para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como él mismo lo demostró y enseñó a los discípulos, con estas palabras: ‘Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos’. Un obispo que no está al servicio de la comunidad no hace bien; un sacerdote que no está al servicio de su comunidad no hace bien, se equivoca.
 
AMOR A LA IGLESIA
 
“Otra característica que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo, es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en ese pasaje de la Carta a los efesios donde san Pablo dice que Cristo ‘amo’ a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola por el agua y la palabra, pues él quería presentársela a sí mismo toda resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada’. En virtud del Orden, el ministro se entrega por entero a la propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en la propia vida, la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio: el esposo ama a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. Es un misterio grande de amor; el ministerio sacerdotal y el del matrimonio, dos sacramentos que son el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor.

 

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